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Puedo ver el futuro: hay un asesinato

PREMIO BELLAS ARTES DE NOVELA 2021

¿Es la sangre una condena?

Nada puede ser distinto al destino que mis ancestros me han clavado en la sangre desde el azar, el instinto y la inconsciencia”.

El protagonista de esta historia está convencido de representar los sueños secretos de toda la gente muerta que le ha dado vida. Es una condena definitiva, pero encuentra una salida:

“Al desconocerla, al ser incapaz de entenderla, resulta abierta hacia interminables maneras de articulación existencial y/o narrativa.

Puedo ver el futuro: hay un asesinato de Hugo Roca Joglar obtuvo el Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero 2021. El jurado, conformado por Federico Bonasso, Jaime Garba y Maritza Buendía, la destacó como “una novela de tono intimista, de búsqueda personal, con un lenguaje evocativo que alcanza buenos momentos de prosa poética. A través de un viaje a los orígenes de su propia sangre, el protagonista nos ofrece la descripción de un México de diferentes capas y ritmos culturales. Novela breve y original que deja al lector un gusto entrañable”.

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Sobre cómo escribió esta novela, Hugo Roca Joglar ha declarado:

Aislado. Atravesado por recuerdos. Rodeado de antiguos diarios. Con fantasías sobre teatro triste. Permanente música atmosférica (GAS, Eluvium, Stars of th Lid, Ricky Eat Acid). Libre de géneros. Lejos de referencias literarias. El ciclo circadiano roto. Encerrado en un pequeño despacho cerca del Bosque de Tlalpan. Al lado de una cama. Nopales asados. Cafés llenos de azúcar. Cerveza oscura. Chapulines. Vino nocturno. Y la obsesión de una idea siniestra instalada en la cabeza: “soy los sueños secretos de mis abuelas, los que soñaron ocultas, con miedo y culpa; de mis sueños secretos estarán hechas mis nietas”.

ajedrez juego

El ajedrez es un libro tan siniestro y personal 

Contra la brutalidad opongo infancia. Combato violencia sostenida en Ciudad de México con recuerdos del niño que fui. Escribir sobre cuerpos humanos disueltos en ácido me es soportable si luego escribo sobre el día en que papá me enseñó a jugar ajedrez.

Está la realidad de estos terribles días mexicanos y está la realidad de mi mundo interior. Así avanza mi crónica: entre fragmentos opuestos delimitados temporalmente por 2018, año de elecciones presidenciales y de mi 32 cumpleaños.

Debates políticos, violaciones en un entorno marital o la vida de un migrante hondureño en las inmediaciones del Estadio Azteca se entretejen con evocaciones sobre gente y cosas que me han llenado de imaginación, ilusiones y cariño.

Y ahí, en mis recuerdos, el ajedrez sobresale como obsesión recurrente de mi pasado que termina por filtrarse en mi presente de maneras desconcertantes, como, por ejemplo, espejear las formas de este México brutal en el planteamiento de un Gambito de Rey y la

siniestra condena de tener que jugar 1.- e4-e5 2.- f4 (matar o morir) siempre.

 

Nepantla, agosto 2020

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El ajedrez es un juego tan siniestro y personal de Hugo Roca Joglar fue destacado como uno de los “10 mejores libros de 2020” por la revista Time Out. 

 

Lee un fragmento

dias jengibre
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Días de jengibre

Desprecio lo que la gente dice; desprecio lo que la gente hace, y, fascinado, me sumerjo en lo que la gente siente. Soy un cronista sensual: reportear es un acercamiento romántico a personas y cosas; los sentimientos son mi principal interés periodístico. Hice sonar la Tercera sinfonía de Mahler en una cantina de Irapuato; monté una situación que nunca hubiera ocurrido de no haber sido por mi fantasía. Y ahí, en un escenario real que se proyectó desde mi imaginación hacia el espacio físico, encontré profundas respuestas sobre estos terribles días mexicanos, cuya esencia no se encuentra, como algunos de nuestros actuales cronistas pretenden, en rígidas y bravuconas narconarraciones, sino en sutiles exploraciones sobre los colores —dolor, dicha, orgullo, rencor, frustración, esperanza, deseo, vacío, recuerdos— que encienden y desvanecen los corazones (siempre contradictorios) de mujeres y hombres. Con esa convicción, y mi propio corazón abierto hacia la disección, escribí a lo largo de mis veinte. He aquí las crónicas de sensualidad exhaustiva —cualquier sensación o sonido puede convertirse en el centro de extraños universos elásticos— que integran este libro sobre aquellos confusos, frenéticos y hermosos días juveniles, tan llenos de tristeza y horror. 

 

Bosque de Tlalpan, septiembre de 2018.

Noches de té verde

Mi primera novela. Triste, oscura, frenética. Me imagino tecladista de una banda punk: Los Ruidos Tristes,  pero sueño con escribir una sinfonía. Carezco de idioma ideal. La incertidumbre es mi condena. Comienzo a desvanecerme. A despreciarme.  A ya no estar ahí. A ser menos cuerpo y más sonido. Y parecería que mi vocación al derrumbe es definitiva. Aunque salgo de gira y en la carretera surge, imparable, la vida, con toda su aterradora y hermosa carga de bondad, manipulación, erotismo, soledad, malos entendidos y suicidio. Y ahí, tan cerca de la música, siempre ocurre algo que me salva, por lo menos durante una noche más. 

Lee un fragmento 

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La luna larga y angosta, casi trazaba una línea recta, de un blanco acuoso que hacía pensar en la leche. El cielo lleno de estrellas distribuidas en caprichosos grupos: cinco muy juntas, tres que formaban un triángulo y una solitaria. Y a ella —a la estrella solitaria— dediqué mi plegaria: «Yo soy el que canta; no dejes que se me olvide: Yo soy el que canta».

Noches de té verde
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